A quien le importa el sistema, me pregunto yo, ¿Acaso merece
la pena preocuparse por él?, es inviable, pero además indestructible, por lo
tanto únicamente aceptable, alimentado por nuestra dependencia, por nuestra
atención, viven de nuestro consumo, de las necesidades que se inventan para
nosotros, de nuestro miedo, de nuestra soledad, y sobre todo de nuestro
individualismo.
Pero la realidad es que nada, absolutamente nada de todo
eso, es tan poderoso como nuestra propia naturaleza. Nosotros, el pueblo, el
ciudadano, el esclavo, el animal, nosotros, estamos a años luz de su corrupción,
de su avaricia, de su frialdad, pero estamos a un palmo de la tierra, de los sentimientos,
del calor, y de las personas.
Somos mamíferos, o acaso se nos ha olvidado que a nosotros
nos pare y nos amamanta una hembra, somos la especie emocional del planeta, nos
hallamos en el privilegio de la empatía y de la inteligencia emocional, aquello
que vive y se reproduce a millones de kilómetros de los mercados, las
sucursales, la corrupción y el sistema.
Somos humanidad, somos comprensión, somos canciones, somos
recuerdos, somos personas, somos amor, somos momentos, somos vida, esa es
nuestra naturaleza, ni cifras como ya nos quisieron numerar los nazis, ni somos
religión como muchos creyentes se empeñan, no somos votantes, ni políticos, ni
democracias, ni dictaduras, ni repúblicas, no somos mercado, ni moneda de
cambio, somos seres vivos, avatares, tribu, una especie imperfecta capaz de
armonizar en este perfecto ecosistema llamado mundo.
Somos la cúspide de las especies pero no por nuestro poder,
ni por nuestro tamaño, ni por nuestra fuerza, lo somos por las emociones, por
los sentimientos, por la inteligencia emocional, por la capacidad de comprender
y compartir, de aprender y enseñar, de razonar y evolucionar, esa es nuestra
naturaleza, ese es nuestro poder, siempre lo ha sido, lejos del Euribor, cerca
del árbol, lejos de la economía, cerca del trueque, lejos del íbex, cerca del
arado, lejos de la abundancia, cerca del huerto, cerca de los animales, del
gato, del perro, de su compañía.
No somos los cuidadores del planeta, ni los dueños de sus
animales, somos uno más de ellos, un visitante, un superviviente, un ser privilegiado,
capacitado como ningún otro, para mejorar la mezcla de la mejor manera. No
somos gerentes de zoos, ni dueños de mascotas exóticas, somos el mono que se
asombra con el loro, el ser que teme al tigre, somos el miedo a los reptiles,
la advertencia de una cascabel, la alerta de las orejas de una liebre, somos el
brillo de los ojos de un felino, somos la lanza, somos la flecha, somos la
caza, somos la piel, somos cuevas, somos pinturas, somos historia.
Por eso a mí, ya no me verás en ninguna manifestación de
seres irracionales en contra de este sistema, ni leyendo la parte del periódico
sobre la prima de riesgo y el mercado de valores, no me verás preocupado por mi
hipoteca, ni inmolándome en nombre de ninguna religión, no me verás votando a ningún
ilusionista, ni predicando la política de un estafador.
Pero es probable que me veas abrazando a un amigo, enamorado
perdidamente de esa mujer, llorando a lagrima tendida con esta película, o cerrando
los ojos con una canción, podrás encontrarme corriendo por placer, moviendo mi
cuerpo, experimentando, alimentando mi mente, me verás gritando, enfadado,
sonriendo, alegre, me verás triste, me verás nervioso, me verás seguro, me verás
raudo o relajado, pero te aseguro, que por encima de todo, jamás me veras
inerte.
Esto se apaga, este sistema, este modo de vida, esta forma
de sociedad, y si la naturaleza tiene la misericordia de concedernos una
segunda oportunidad, yo, conozco un lugar al que llamarle hogar, un lugar donde
vivir, unos recuerdos que me lleven allí y personas con las que es un placer
compartir… ¿Y tú, que tienes?
No hay comentarios:
Publicar un comentario